Capítulo LII: De la pendencia que don Quijote tuvo con el cabrero
con la rara aventura de los disciplantes, a quien dio felice fin a costa de su
sudor
A todos les gusta la
historia del cabrero a quien felicitan por la gracia y elegancia con la que la
han contado.
Don Quijote aprovecha el
momento para ofrecer sus servicios a Eugenio, el cabrero, en el caso de que
éste decida liberar a Leandra.
Claro, Eugenio ve a don Quijote
con muy mala pinta y pregunta quién es. El barbero le dice, con cierta guasa,
que se trata del famosísimo don Quijote de la Mancha, valeroso caballero.
Eugenio cree más quien que se trata de alguien que no está en sus cabales, lo
que hace que don Quijote se enfade y de qué manera. Y es que el Caballero de la
Triste Figura no tiene otra ocurrencia que lanzarle al cabrero un pan en toda
la cara y lo hace con tanta furia que el cabrero llega a sangrar. Claro, la
respuesta de éste ante este ataque es de esperar…se lanza dispuesto a ahogar a
don Quijote y ante este panorama, Sancho acude a proteger a su señor.
Menuda refriega se arma…
Están a palo limpio don Quijote,
Eugenio y Sancho mientras el resto de los acompañantes se limitan a contemplar
la pelea o a separar a los contrincantes cuando suena una trompeta con un
sonido que se les antoja muy triste. Todos para y se ponen a escuchar. Don
Quijote pide una tregua pues cree que ese lamento puede ser un reclamo a su
presencia.
Divisan una procesión
proveniente de una aldea en la que ruegan a la Virgen para que llueva. Pero don
Quijote no le ve así e interpreta que se trata de otra dama en apuros y allá
que se lanza, a lomos de Rocinante.
Sancho, desesperado, intenta
frenarlo pero es imposible. Don Quijote alcanza la procesión dispuesto a
liberar a la dama enlutada que llevan (la Virgen)
Los miembros de la
procesión, los disciplientes, ven claramente que se trata de un hombre que no
está bien de la cabeza, así que pasan del pasmo inicial a la risa cuando don Quijote
les pide que liberen a la dama que portan.
Estas risas no sientan nada
bien a don Quijote quien, como no, arremete contra los feligreses. Éstos responden
al ataque y don Quijote acaba herido en el suelo. Todos creen que el caballero
ha muerto por el tremendo porrazo y mientras los discipliantes huyen del lugar
por temor a sufrir la ira de los acompañantes del caballero, Sancho (con la
desesperación metida en su cuerpo) llora a su señor.
No, don Quijote no ha muerto.
Recobra el sentido y se deja convencer por Sancho cuando éste le dice de volver
a la aldea para descansar. Con esta idea, se despiden de Sancho, don Quijote,
el barbero y el cura del canónigo y su cuadrilla.
Nuestros amigos llegan por
fin a la aldea después de un largo viaje de seis días. El mal estado en que ven
llegar a don Quijote hace que el ama y su sobrina maldigan de nuevo a los
libros de caballerías.
Juana, la esposa de Sancho,
también acude a ver a su marido y espera
recibir de éste buenas noticias. Pero no, Sancho sólo trae cosas que contarle y
le pide paciencia a su señora: en restablecerse su señor, saldrán en pos de
nuevas aventuras y conseguirá ser dueño y señor de su deseada ínsula.
Dejamos a don Quijote
acostado, cuidado por los suyos quienes no se cansan de maldecir los dichosos
libros.
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Para terminar este primer libro,
Cervantes nos cuenta que don Quijote, en su tercera salida de casa, llega a
Zaragoza y de la existencia de una caja de plomo que contenía datos sobre la
hermosura de Dulcinea, la lealtad de Sancho, de Rocinante y de la sepultura de
don Quijote.
Con estos hipotéticos
textos hallados en la caja, se despiden don Quijote, Sancho, Rocinante y
compañía al menos de momento…