Título: Arroz y tartana
Autor: Vicente Blasco Ibáñez
Edición: Plaza-Janés, 1981
Número de páginas: 259
ISBN: 84-01-80535-X
Sinopsis…
Arroz y tartana (1894) pertenece a la primera etapa creadora de Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), en la cual predomina el ambiente valenciano y que es, para algunos críticos, la más valiosa dentro de su obra.
Escrita en su día para el folletín del diario republicano El Pueblo, que él mismo fundó, la novela, que narra la caída de una familia perteneciente a la esfera del comercio como resultado de su obsesión por las apariencias, apunta contra una clase social -la aún incipiente burguesía española- que en muchas ocasiones se revelaba incapaz de hallar su lugar en una sociedad marcada por unas estructuras esclerotizadas.
Sobre el autor…
Vicente Blasco Ibáñez nació el 29 de enero de 1867 en Valencia. Estudió Derecho en la Universidad de Valencia, licenciándose en el año 1888.
Participó en política, significándose por su posición antimonárquica y republicana, y manifestando sus ideas en “Pueblo”, el periódico que fundó en 1893. Fue detenido en el año 1896 y condenado a varios meses de prisión.
Entre los años 1898 y 1907 ocupó escaño en el Congreso representando al Partido Republicano.
Cuando subió al poder Cánovas del Castillo, el escritor se exilió brevemente en la ciudad de París. Su estilo novelesco es de tendencia naturalista influenciado por el escritor francés Emile Zola. Destacó por la plasmación realista de personajes y paisajes de la huerta levantina.
Entre sus títulos sobresalen “La Araña Negra” (1892), “Arroz y Tartana” (1894), “La Barraca” (1898), “Entre Naranjos (1900), “Cañas y Barro” (1902), “La Horda” (1905), “Sangre y Arena” (1908) o “Los Cuatro Jinetes Del Apocalipsis” (1916).
Murió el 28 de enero de 1928 en Menton (Francia). Tenía 60 años.
Mi opinión…
Es la segunda vez que me aventuro a leer una novela de Blasco Ibáñez y aunque he decir que me causa gran respeto leer a los clásicos ya que los asocio con lecturas de ritmo complicado, este autor me ha vuelto a dejar un buen sabor de boca. Arroz y tartana ha sido una grata lectura.
Situada a finales del s.XIX en Valencia, la novela arranca con doña Manuela en el mercado de la capital de Turia el día de Nochebuena. En estas primeras páginas, el autor ya plasma de forma detallada y fiel cómo era Valencia en estas fechas y sobre todo, cómo era la sociedad valenciana de finales del s. XIX.
Doña Manuela, mujer de unos cincuenta años, de belleza madura, pertenece a una de tantas familias valencianas burguesas. Porque doña Manuela, antes Manolita, es hija de don Manuel Fora, conocido como El Fraile (debido a una supuesta vocación religiosa del hombre en su pasado), un industrial de sedas convertido a prestamista. Juan es el hermano de doña Manolita, totalmente distinto a ésta en cuanto a la forma de ver la vida y que por eso no es precisamente santo de su devoción. La tensa relación, y sus diferentes estilos de vida, estarán presentes en toda la novela.
Ya desde jovencita, Manolita da muestras de un carácter caprichoso y con tendencia a tener explosiones de mal genio. Precisamente, en uno de esos arranques se compromete con Melchor, un joven trabajador, soñador y muy romanticón que ve en la casi insoportable Manolita un portento de mujer. A pesar de que nuestra protagonista, en sus años mozos, no era precisamente una belleza y tampoco es que tuviese muchas luces… Fruto de este matrimonio, Manolita, ya convertida en doña Manuela, sólo consigue un hijo, Juanito, y una tienda de telas.
Viuda y con posibles, sobre todo desde la muerte de su padre quien les deja a sus hijos una considerable herencia, doña Manuela cae en los brazos de su amor de juventud, un ahijado de su padre, médico, que es tan vanidoso, manirroto y clasista como su propia esposa. De este matrimonio nacerán tres hijos : Rafael, un señorito que no da ni golpe, Conchita y Amparo, dos chicas a las que su madre inculcará la necesidad de buscar un buen marido sí o sí y a mostrarse siempre como auténticas señoritas.
La vida de doña Manuela se basa en el qué dirán y en la diferencia de clases. Porque para doña Manuela, la sociedad se divide en los que van a pie o en carruaje o los que viven en una casa con gran patio y portalón o en un lugar de estrella escalerilla o trastienda. Porque si algo horroriza a esta mujer es que le recuerden su origen como comerciante, de ahí que no soporte la presencia de sus antiguos empleados, don Antonio y Teresa, actuales propietarios de la tienda de telas. Pero como en esta sociedad se trata de pavonearse y mostrar lo que uno tiene y los otros no (cosa que sigue siendo igual en el s.XXI), doña Manuela hace de tripas corazón y se relaciona con sus antiguos empleados (también es cierto que saca provecho de ello)
Son muchos los personajes que aparecen en la novela y que no voy a detenerme en ellos porque no quiero hacer una reseña demasiado extensa. Como don Eugenio, primer propietario de la tienda de telas, Las tres rosas, que termina comprando más tarde Melchor y finalmente, don Antonio. Don Eugenio es la viva imagen de aquellos que en su día emigraron hacia la gran ciudad con lo puesto y se tuvieron que buscar la vida. Y es que a este pobre hombre, originario de un pueblo de Aragón, su padre lo llevó con lo puesto hasta Valencia y allí lo abandonó. Así que todo lo que tiene lo ha conseguido a base de esfuerzo. Ni que decir tiene que doña Manuela no es santo de su devoción debido a la tendencia de ésta de gastar y aparentar, como si el dinero cayese del cielo.
Blasco Ibáñez nos muestra cómo era la sociedad valenciana de finales del s.XIX. Una sociedad próspera, que se agarra al tren del progreso sin pensarlo y que esto puede traer nefastas consecuencias. Doña Manuela es el prototipo perfecto de lo que en mi ciudad se conoce como una “sacabarrigas”, una persona que no tiene en realidad nada, que vive a base de préstamos y de apariencias pero que no duda en pavonearse y aparentar a todas horas. Para mostrar la otra cara de esta sociedad de clases, el autor nos muestra a gente sencilla como el ya mencionado don Eugenio o el propio hijo de doña Manuela, Juanito. Gentes que trabaja honradamente y que no necesitan mostrar nada de lo que ni son ni poseen. Gentes que son felices con su sencillo pero honrado trabajo y con disfrutar de su familia en una vivienda modesta.
El autor también deja en la novela una excelente y detallada descripción de la ciudad de Valencia y sus costumbres. Así, asistiremos a las procesiones de Pascua, a las primeras Fallas o al veraneo en las casas de la huerta. La descripción que hace del Mercado es muy buena y he de reconocer que me ha gustado, y mucho, ver cómo hasta este mercado asistían “los tíos de Elche” con sus racimos de dátiles. Describe con detalle calles y plazas de la capital, lo que hace de este libro, no sólo una grata lectura y una exposición social de la época; también es una excelente guía de la Valencia de finales del s.XIX.
Para ir terminando, os dejo una cita (que es la que da título a la obra) que me ha gustado mucho y que no conocía hasta ahora: “arròs i tartana, casaca a la moda, i rode la bola a la valenciana” (arroz y coche -de caballos-, vestido a la moda y que siga girando el mundo al estilo valenciano). Frase con la que se ironiza sobre aquellos que viven por encima de sus posibilidades y aparentan algo que ni son ni tienen.
Me he enterado de existe una adaptación para televisión de esta novela (Arroz y tartana, 2003, Juan Antonio Escrivá) que ya tengo pendiente de ver.
Novela de tintes costumbristas, de un autor clásico que otra vez me ha sorprendido. Lectura que nos trae una muy buena oportunidad de disfrutar con los clásicos.
Tiene buena pinta, pero de momento no me animo. No me da el tiempo.
ResponderEliminarUn beso ;)
En el 2017 voy a intentar leer un poco más de novelas de otras decadas.
ResponderEliminarHe disfrutado leyendo este libro del gran novelista valenciano que, después de Cervantes, es el escritor español más traducido.
ResponderEliminarEs una obra asequible y ligera, que sabe huir de lo excesivamente denso. Podemos disfrutar de la capacidad descriptiva de don Vicente Blasco Ibáñez, de una agilidad magistral, y de unos diálogos cautivadores y con el gracejo típicamente valenciano.
A mí me ha hecho revivir ese ambiente castizo y tradicional del centro de Valencia, mi ciudad natal, así como sus costumbres, algunas de las cuales todavía viví en la segunda mitad del siglo xx con mis abuelos.
Preciosa estampa de la sociedad en la ciudad de Valencia a finales del XIX.